La chamifrase de la semana 112 – Domingo 12 de enero
"Permanezcamos con confianza en los
brazos de la misericordia divina y de la Madre de esta misericordia”. (Carta 687 - 17 Mayo 1833. Al P. Lalanne)
El Padre Chaminade contesta con una
mirada compasiva y con ternura paternal a una carta del Padre Lalanne, uno de
sus primeros discípulos, que tanto le ha hecho y le hará sufrir, pero que
también una y otra vez vuelve a reconocer sus errores y a confesar arrepentido
su debilidad personal.
Guillermo José, que conoce su corazón,
parte de la propia experiencia interior de Lalanne, y afirma: “Una línea de
su carta me parece que debe ser resaltada: "Todos mis presentimientos son
negros... he ofendido demasiado a Dios". Ante esa declaración, bien podría
el Fundador haberle dicho: Te lo advertí, tantas veces te pedí que
recapacitaras, esto te pasa por ser soberbio y no escuchar, y por tus culpas
bien merecido tienes este tiempo de oscuridad y desolación. Pero
no. Le responde desde su propia experiencia interior (notemos que se
implica en el consejo hablando en “nosotros”): “Permanezcamos con confianza
en los brazos de la misericordia divina y de la Madre de esta misericordia”, sin
negar la realidad de nuestro pecado y sus consecuencias, y por eso agrega: “con
sumisión a todos los efectos de su justicia, por terrible que sea la justicia,
porque los efectos son atemperados por la misericordia!”.
Y vuelve a recordarle: “¡Oh! sí, querido hijo, le seguiré diciendo;
haga la voluntad de Dios; es el cumplimiento de esa muy justa y muy amable
voluntad, la que lleva la paz y la alegría al alma”. Y ¿cuál es “la
voluntad de Dios” que cumpliéndola te llena de paz y de alegría? Sencillamente
el volver a Él y permanecer en sus brazos de misericordia. Porque somos sus
hijos, y Él no deja de esperarnos y recibirnos con su ternura.
El Papa Francisco nos lo recuerda permanentemente desde el inicio de su
pontificado, y lo reafirma con estas palabras que son una invitación siempre
actual: “Invito a cada cristiano, en cualquier
lugar y situación en que se encuentre, a renovar ahora mismo su encuentro
personal con Jesucristo o, al menos, a tomar la decisión de dejarse encontrar
por Él, de intentarlo cada día sin descanso. No hay razón para que alguien
piense que esta invitación no es para él, porque «nadie queda excluido de la
alegría reportada por el Señor». Al que arriesga, el Señor no lo defrauda, y
cuando alguien da un pequeño paso hacia Jesús, descubre que Él ya esperaba su
llegada con los brazos abiertos. Éste es el momento para decirle a Jesucristo:
«Señor, me he dejado engañar, de mil
maneras escapé de tu amor, pero aquí
estoy otra vez para renovar mi alianza contigo. Te necesito. Rescátame de
nuevo, Señor, acéptame una vez más entre tus brazos redentores». ¡Nos hace
tanto bien volver a Él cuando nos hemos perdido! Insisto una vez más: Dios no
se cansa nunca de perdonar, somos nosotros los que nos cansamos de acudir a su
misericordia. Aquel que nos invitó a
perdonar «setenta veces siete» (Mt
18,22) nos da ejemplo: Él perdona setenta veces siete. Nos vuelve a cargar
sobre sus hombros una y otra vez. Nadie podrá quitarnos la dignidad que nos
otorga este amor infinito e inquebrantable. Él nos permite levantar la cabeza y
volver a empezar, con una ternura que nunca nos desilusiona y que siempre puede
devolvernos la alegría. No huyamos de la resurrección de Jesús, nunca nos
declaremos muertos, pase lo que pase. ¡Que nada pueda más que su vida que nos
lanza hacia adelante!”(Evangelii Gaudium 3)
Animados por el Papa Francisco renovemos en nuestra vida la invitación
de nuestro Padre y Fundador: “Permanezcamos con confianza en los brazos de
la misericordia divina”… con la ayuda siempre presente “de la
Madre de esta misericordia”.
A través de la “oración del corazón”, permanezcamos con confianza y
serenidad en los brazos de la misericordia divina, repitiendo pausadamente en
nuestra mente y en nuestro corazón, en diversos momentos del día:
En tus brazos estoy, Señor
En tus brazos quiero permanecer.
AT sm
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