La chamifrase 98 - 16 de diciembre – NOVENA DE
NAVIDAD 1
“Juan el Bautista oyó hablar en la cárcel de las obras de
Cristo, y mandó a dos de sus discípulos para preguntarle: «¿Eres tú el que
ha de venir o debemos esperar a otro?». Nosotros reconocemos en la fe que Jesús es
el Cristo y nos hemos decidido a seguirlo. En este tiempo cercano a la
Navidad, nos disponemos de la mano de Guillermo José Chaminade, a renovar
nuestra vida de fe, desde nuestra experiencia de su Presencia en nuestras
vidas, desde lo que hemos “visto y oído” del Señor.
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“¡Qué
fuerte somos cuando Nuestro Señor está con nosotros! “Maestro”, somos sus
servidores y él vela por nosotros y nos protege.” (Carta
1289 - 2 enero 1844. Circular a la Tercera Orden de las Hijas de María).
Los discípulos consideraban a Jesús su
Maestro. María Magdalena, cuando lo
reconoce en la mañana de la Resurrección exclama: “Raboní, es decir, Maestro”
(Jn 20,16). Guillermo José nos invita
también desde su experiencia de Jesús a reconocerlo como nuestro Maestro.
El Maestro no es un mero transmisor de
enseñanzas. El verdadero maestro es un
quien acompaña con su presencia y con su testimonio personal los valores y los
principios que sostienen su doctrina. El
auténtico maestro es el que vive apasionado por aquello que no son solo ideas
sino experiencia de vida. Por eso él
mismo se convierte en imagen de lo que enseña.
Decía Guillermo José: “Jesucristo
es nuestro maestro para enseñarnos. Como
tal, es nuestro modelo. Ha hecho cuanto enseña. Se presenta a nosotros como una
imagen”. (Notas de Retiro Vol
III n°669).
Y nosotros somos “sus servidores”. ¿Cómo entender
esto si el mismo Jesús nos dijo que no nos llama siervos sino amigos? Lo que el Padre Chaminade quiere decir es que
somos servidores de su propuesta, asumiendo también nosotros como discípulos en
nuestra propia vida, aquello que hemos aprendido del Maestro, lo que hemos
“visto y oído” de Él.
La experiencia de discípulo vivida por Guillermo
José, le habilita para asegurar además que el Maestro no solo nos pone en
camino y nos marca el horizonte, sino que Él mismo nos cuida y acompaña en ese
camino. Él mismo se pone a nuestro lado
y vuelve a hacer el camino con nosotros.
Reconocer a Jesús como el Maestro implica para
nosotros reconocernos a la vez como discípulos.
Necesitamos ahondar en este experiencia, sentándonos a los pies del
Maestro que nos habla a través de su Palabra, de los acontecimientos de nuestra
vida, del testimonio de tantos hermanos y tantas hermanas que viven con
autenticidad su vocación cristiana apasionados por aquello que apasiona al
Maestro: el Reino de Dios. Así en la intimidad de la oración podremos escuchar
el eco de su voz y su invitación a ser sus discípulos. Así podremos también
afirmar con nuestro Padre y Fundador: “¡Qué fuerte somos cuando Nuestro
Señor está con nosotros! “Maestro”, somos sus servidores y él vela por nosotros
y nos protege.”
Jesús, mi Maestro,
a tus pies deseo sentarme para escuchar
tus palabras de Vida,
para dejarme apasionar
con tu misma pasión por el Reino.
Jesús, mi Maestro,
gracias por llamarme a ser tu discípulo
y servidor de tu Buena Noticia,
encarnándola en mi vida
y portándola en mis acciones cotidianas.
Jesús, mi Maestro,
el camino a veces se hace difícil
por nuestras propias infidelidades,
por las oscuras quebradas que la vida nos impone,
y por los rechazos sufridos a causa de seguirte.
Jesús, mi Maestro,
Tú nos señalas el horizonte
pero no nos dejas solos,
nos cuidas y nos proteges,
y te haces compañero de camino.
Jesús, mi Maestro,
el que tienes palabras de Vida eterna,
el que me invita a seguir sus huellas,
el que es capaz de suscitar en mí horizontes de
sentido,
el único al que quiero seguir como discípulo.
Jesús, mi Maestro,
mi auténtico Maestro,
aquí estoy sentado a tus pies,
para escuchar tus palabras de vida
dejándome apasionar por tu misma pasión por el
Reino
Amén
ATsm
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