Las
chamifrases de la semana en el Año de la FE
FIESTA
DE LA ASUNCIÓN DE LA VIRGEN
“Navegamos por un mar proceloso, pero
evitaremos los escollos si tenemos la mirada fija en la estrella que nos guía: Respice stellam, voca Mariam”
En
esta frase de una carta del Padre Chaminade al P. Meyer, uno de los marianistas
que supo captar en profundidad el espíritu marianista del Fundador, se condensa
tanto su mariología como su gran confianza en la presencia de la Virgen María
en nuestra vida.
En
primer lugar tenemos que recordar la impronta “guerrera” de la mariología
chaminadiana. La Virgen María tiene hoy una misión, especialmente en medio de
las tormentas del mundo, y tiene reservada en nombre de su Hijo la victoria en
la lucha contra el mal. Es por eso que en las dificultades y las tempestades
Ella con su presencia salva nuestra fe del naufragio. Guillermo José no sitúa
la presencia de María en un mundo de ángeles y olores de rosa, sino en medio
del mundo en el que nos toca vivir, porque allí se juega hoy la misión que abre
puertas a la irrupción del Reino de Jesús.
En
segundo lugar, y como consecuencia de su visión mariológica, el Padre Chaminade
vive de corazón una gran confianza filial en María, lo que le permite seguir
fiel a su vocación a pesar de las dificultades que experimenta especialmente en
la última década de su vida. Todos
pueden abandonarlo, pero sabe que María no lo va a dejar solo. Ella es la estrella que nos guía, Modelo de
nuestro peregrinar en la fe, y también es la Madre que nos sostiene y anima
para seguir adelante.
Respice
stellam, voca Mariam: Mira a la estrella, invoca a María. Un lema que Guillermo José repetía para sí y
para los demás habitualmente, tomado de la hermosa exhortación de San Bernardo. Renovemos con nuestro Padre y Fundador,
nuestra confianza filial en la presencia de María en nuestra vida y en nuestra
misión. Lo hacemos tomándonos el
atrevimiento de convertir en oración las enseñanzas de San Bernardo antes
mencionadas:
Si se levantan vientos de tentaciones
o tropiezo en escollos de grandes pruebas,
miro la estrella, te invoco María.
Si me zarandean olas de orgullo o detracción
y me hunden emulaciones ambiciosas,
miro la estrella, te invoco María.
Si la ira, la avaricia, el deleite carnal,
sacuden la navecilla de mi alma,
te miro María.
Si turbado ante la memoria de mis enormes culpas,
confuso ante la vista de mi horrible conciencia,
aterrado ante la idea del juicio,
soy absorbido en la sima sin fondo de la tristeza
o en el abismo de la desesperación,
pienso en Ti, María.
En los peligros, en las dificultades, en las dudas,
pienso en Ti, María.
No te apartes de mi boca,
no te alejes de mi corazón,
que no olvide los ejemplos de tu vida.
Siguiéndote no me desviaré;
invocándote, no me desesperaré;
pensando en Ti, no me equivocaré.
Si Tú me sostienes, no caeré;
si Tú me proteges, nada podré temer;
si Tú me guías, no sentiré la fatiga;
si Tú me amparas, llegaré a la meta.
Amén
AT sm
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