La chamifrase 102 – 20 de diciembre – NOVENA DE NAVIDAD 5
“¡Qué fuerte somos cuando Nuestro Señor Jesucristo está con nosotros!... “Salvador”, cura y cicatriza las heridas de nuestras almas y nos libra del yugo de Satán.”
(Carta 1289 - 2 enero 1844. Circular a la Tercera Orden de las Hijas de María).
Las primeras cristianos reconocieron en Jesús al Salvador. En las diferentes épocas de la historia los cristianos hemos puesto diferentes acentos en lo que significa la “salvación” y consecuentemente así hemos visto al Salvador. En algún momento la salvación pasó a ser exclusivamente aquello que pasaría al final de los tiempos, y en definitiva lo opuesto a la condenación. Si bien el misterio de la salvación tendrá su manifestación plena en el fin de los tiempos, no podemos dejar de ahondar en las raíces bíblicas y de la fe de las primeras comunidades cristianas. Jesucristo, al encarnarse, Él mismo ha traído la salvación, que ya estaba además en semilla desde la Creación del universo y desde la elección del Pueblo elegido de Dios. Por eso la salvación ya no es una cuestión extra-mundo y por eso hablamos de una historia de la salvación.
El Padre Chaminade nos regala esta visión encarnada e histórica de la salvación, y lo lleva al plano personal como experiencia fundante en la vida de fe de cada persona. Jesús es nuestro “Salvador”, y quiere concretar su salvación en nosotros y por eso “cura y cicatriza las heridas de nuestras almas”. ¡Cuánto dolor guarda nuestro corazón por esas heridas interiores, algunas de hace tantos años, otras que ya no recordamos ni siquiera su origen, pero que no nos dejan vivir en libertad y plenitud nuestra vida! ¡Cuántas zonas oscuras y cerradas de nuestro espacio interior donde ni a Dios dejamos entrar! El Señor nos ofrece su salvación desde ahora. No hay que esperar al Juicio final. El Señor desea sanar y cicatrizar con su amor y su ternura nuestras heridas interiores, y nosotros a veces vivimos como “condenados” y pensando que ya no hay remedio posible.
Es cierto también que a veces pululan algunas propuestas milagrosas de sanación con manifestaciones fuera de lo común, que nada tienen que ver con la praxis evangélica de Jesús. Hay que ser realistas para reconocer y aceptar la propia historia dolorosa. Hay que recurrir a la ayuda psicológica cuando es necesario. Y hay que darle también su justa presencia en nuestra vida de fe a la sanación interior, que nos ofrece Jesús, acercándose a nuestro corazón y ofreciéndonos “curar y cicatrizar” nuestras heridas profundas. Así además el Salvador “nos libra del yugo de Satán”, porque unifica nuestra vida y nos hace salir de una vida escindida y quebrada, porque nos habilita para vivir con dignidad nuestra vida, porque nos despega del lamento repetido de que “yo no puedo”.
El Padre Chaminade, que en esta ocasión enfoca la salvación hacia la vida personal, una especie de concreción histórica del “salva tu alma”, repetirá también muchas veces a sus discípulos que nadie “salva su alma” si no trabaja al mismo tiempo por la “salvación de su prójimo”. Por eso la experiencia personal de la “salvación” es necesaria y nos habilita para ponernos en camino tras las huellas del Salvador, llevando a los demás esta misma salvación: curando heridas y librando del yugo de Satán.
Así lo entiende también el Papa Francisco que no se cansa de invitar a la Iglesia a salir a ofrecer esta salvación a nuestros contemporáneos: «Yo veo claramente qué es lo que más necesita la Iglesia hoy: la capacidad de curar las heridas y de calentar los corazones de los fieles, la cercanía y la proximidad. Yo veo a la Iglesia como un hospital de campo después de una batalla. ¡Es inútil preguntarle a un herido grave si tiene alto el colesterol o el azúcar! Hay que curar sus heridas. Después podremos hablar de lo demás. Curar las heridas, curar las heridas... Y hay que comenzar desde abajo».
Invitados por nuestro Padre y Fundador, reconozcamos en Jesús al “Salvador”, que “cura y cicatriza las heridas de nuestras almas y nos libra del yugo de Satán”, animémonos a vivir esta experiencia de salvación personal y desde ella vayamos a nuestros hermanos y anunciemos con gestos de misericordia y sanación la Buena Noticia de la salvación.
Jesús, mi Señor, mi Salvador,
aquí estoy,
necesito de tu Presencia cercana y amiga,
que cura y cicatriza las heridas de mi alma.
Jesús, mi Señor, mi Salvador,
cuánto esfuerzo he puesto en guardar dentro de mí
tanto dolor que ha ido oscureciendo mi interior,
y me ha hecho creer que el cambio ya no es posible.
Jesús, mi Señor, mi Salvador,
necesito abrirte las puertas de mi corazón
y dejarme sanar y levantar
con la fuerza de tu ternura y de tu amor,
Jesús, mi Señor, mi Salvador,
solo Tú puedes librarme plenamente del “yugo de Satán”:
miedos y compulsiones, rencores y pérdidas no elaboradas,
que me atan y no me dejan ser libre ni auténtico.
Jesús, mi Señor, mi Salvador,
gracias por estar siempre dispuesto a sanar mi corazón,
y así habilitarme para anunciar a los demás tu Buena Noticia,
acercándome y curando las heridas de mis hermanos.
Amén
ATsm
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