“En
el ejercicio de las virtudes cristianas y religiosas hay que tener una gran
libertad de espíritu y de corazón. Las leyes de Jesucristo no son leyes de
esclavitud, por rigurosas que sean, sino leyes de gracia y de amor. Estamos
llamados, nos dice san Pablo, a la libertad de los hijos de Dios” (Carta 924 - 3 enero 1837. Al Sr. Genre).
El Padre
Chaminade responde a una carta de un religioso que no mucho tiempo atrás había
comenzado su vida religiosa marianista. Este hermano, Honoré Genre, abre
su corazón al Fundador preocupado porque piensa que no está respondiendo como
debe a las prácticas de la mortificación y la pobreza, y su imaginación le
juega malas pasadas y turba su mente y su corazón. Su mayor
preocupación es que estas actitudes lo hacen faltar a su compromiso de tender a
la perfección que ha asumido con su estado religioso. Guillermo José le
contesta con detenimiento y ayudándolo a ver que cuando uno falta a algunas de
las virtudes cristianas tiene que reconocerlo humildemente, pedir perdón a
Dios, y estar más atento a sí mismo. También le dice con cariño y
sabiduría que no tiene que preocuparse ni perder la calma y “tener una gran libertad de espíritu y de corazón”. Y esto no es una justificación o una
desvalorización de las obligaciones cristianas, sino una perspectiva más
profunda y evangélica: “las leyes de Jesucristo no son leyes de esclavitud,
por rigurosas que sean, sino leyes de gracia y de amor”. Son leyes
que no tienen como objetivo principal regular el ejercicio de la vida
cristiana, determinando qué es pecado y qué es virtud, sino un camino de
plenitud personal que nace de la relación con el Señor. Por eso el padre
Chaminade no duda en afirmar que “estamos llamados, nos dice san Pablo, a la
libertad de los hijos de Dios”.
Guillermo José demuestra una gran capacidad para
escuchar, comprender y animar a vivir con ánimo y paz el proceso personal
de sus discípulos. Llama la atención su mirada equilibrada e
integral. Y no se asusta de los fallos cometidos ni se entretiene
machacando acerca de las obligaciones cristianas. Invita al Hno. Honoré y
también nos invita a nosotros, a cultivar una mirada más profunda reconociendo
que nuestra vida cristiana y espiritual es un proceso, y que una caída (o
varias) no invalidan el camino de fe y hacia donde caminamos como seguidores de
Jesús. Podríamos decir que es justamente al revés: nos anima a reconocer que
somos hijos de Dios y que desde esa condición tenemos que vivir con auténtica
libertad asumiendo el camino de la virtud como respuesta al amor y a la
misericordia del Padre, manifestados a través de nuestra relación de amistad
con Jesús.
Difícilmente hoy nosotros, en el contexto histórico y religioso que
vivimos, estemos demasiado preocupados por nuestras faltas a las virtudes
cristianas y a cuestiones como la mortificación o las privaciones. Pero
el consejo de nuestro Fundador nos puede servir de mucho en sentido inverso,
ayudándonos a desarrollar desde esa experiencia profunda de vivir impulsados
por el Espíritu en la libertad de los hijos de Dios, el deseo de comprometernos
y vivir responsablemente las “obligaciones” de nuestra vida cristiana.
Obligaciones que no vienen desde leyes que “nos mandan” cumplir ciertos actos
religiosos sino que nacen desde la experiencia de la intimidad con Jesús, que
nos invita a seguir sus pasos, desarrollando también en nuestras vidas sus
“virtudes” cuya raíz se alimenta de su su gracia y su amor. En un
mundo donde obligaciones, deberes, voluntad,… no están de moda…. el enfoque
evangélico de nuestro Fundador nos ayuda a ponernos en camino, y a vivir con el
compromiso de construir nuestra vida cristiana cada día con sentido, porque “en el ejercicio de las virtudes cristianas y
religiosas hay que tener una gran libertad de espíritu y de corazón. Las leyes
de Jesucristo no son leyes de esclavitud, por rigurosas que sean, sino leyes de
gracia y de amor. Estamos llamados, nos dice san Pablo, a la libertad de los
hijos de Dios”
Señor te pedimos que suscites en nosotros
una gran libertad de espíritu y de corazón,
para seguirte con alegría y entusiasmo
encarnando en nuestra vida tus virtudes.
Señor a veces nuestras actitudes se alejan de
tu Luz
y nos damos cuenta que nos cuesta seguirte con
fidelidad,
anímanos a fortalecer el deseo de volver a los
brazos del Padre
para recibir su misericordia y su perdón.
Señor, te damos gracias porque nos invitas
cada día
a vivir “en la libertad de los hijos de Dios”,
y sostenidos por tu amistad y tu gracia
construir con verdadero sentido nuestra vida
cristiana.
Señor, cuánto daño han hecho las obligaciones
de la religión,
esclavizando a los “fieles” y reduciendo la
vida cristiana
al mero cumplimiento de normas y mandamientos,
olvidando la buena y alegre noticia del
Evangelio.
Señor, que la experiencia profunda del
encuentro contigo
reavive en nosotros el deseo de seguir tu
llamado
que nos interpela y compromete a vivir
“cristianamente”
desde la libertad que nos identifica como
hijos de Dios.
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