Las
chamifrases de la semana en el Año de la FE
La
chamifrase de la semana 77 – TALLER DE ORACIÓN III
“¡Debes ejercitarte en la
presencia de Dios: Camina en mi presencia y sé perfecto!”
(Carta 1223 – 17 de octubre de 1840 – Al P. Chevaux)
El Padre Chaminade insiste una y otra vez con
la necesidad de ejercitarse en la presencia de Dios. Una necesidad que se presenta como
indispensable al inicio del camino espiritual pero que necesita profundizarse a
lo largo de toda la vida, como lo vemos en este consejo al Padre Chevaux, sacerdote
marianista que llevaba ya unos cuantos años en la vida marianista y a quien se
le habían confiado responsabilidades de animación de sus hermanos (será además
años más tarde el tercer superior general de la Compañía de María).
Como sabemos Guillermo José nos invita a
renovar la fe en la presencia de Dios de diferentes maneras. A la práctica de tomarse un momento antes de
cada acción durante el día, se le suma la constancia en vivir los diferentes
momentos de la jornada estando conscientemente en la presencia de Dios. Esta segunda invitación para crecer en la fe
en la presencia de Dios, está enraizada según nuestro Fundador en la Palabra de
Dios y en el testimonio de los cristianos de los primeros tiempos:
“Abran el Evangelio y las Epístolas de San
Pablo, en todas partes encontrarán la necesidad de la oración y de la oración constante:
“es necesario orar siempre sin desanimarse” (Lc. 18,1), “Eleven constantemente
toda clase de oraciones” (Ef. 6, 18).
Los fieles de los primeros tiempos, trataron de llevar esto a cabo
exactamente: “Cantamos, dice San Clemente de Alejandría, las alabanzas del
Señor en medio de los campos, mientras los cultivamos; en el mar, mientras
navegamos y en cualquier otra ocupación en que nos hallemos, sabiendo que Dios
está en todas partes. El hombre espiritual,
dice el mismo Padre, hablando de un verdadero cristiano, rezará en todo lugar:
toda su vida será una oración y una conversación continua con el Señor”.
(Chaminade, Escritos de Oración, EO 680).
Ciertamente para llegar
al ideal, hay que caminar día a día con sencillez y humildad, “manteniendo
una simple mirada sobre Dios, acompañada de una inclinación amorosa del corazón
sobre Él” (EO 682).
Poco a poco, lo que
comienza con esfuerzo y voluntad, se irá
haciendo habitual en nuestra vida cotidiana.
Y esta experiencia de fe en la presencia de Dios aparecerá en nuestro
corazón sin que la iniciemos voluntariamente.
Pero para que se convierta en una disposición habitual necesitamos
primeramente ejercitarnos. Puede ser de
mucha ayuda, practicar la “oración del corazón” que la Iglesia oriental guarda
como un verdadero tesoro. Se trata de
repetir pausadamente una frase o jaculatoria, al ritmo de la respiración, que
se va incorporando poco a poco a nuestra vida interior. “Señor Jesucristo, ten piedad de mi”, es
la frase más usada por la tradición de la oración del corazón, pero cada uno
puede elegir aquella que sienta más apropiada, en la que siempre esté de alguna
manera presente el nombre de Jesús.
De esa manera poco a poco
podremos experimentar que “estoy como sumergido la inmensidad de Dios mucho
más de lo que está un pececillo en el océano, que un pájaro en la extensión de
los cielos” y “nos sentiremos en Dios y a Dios en
nosotros. Experimentaremos, por decirlo así, en nosotros mismos, que
tenemos en Dios el ser, el movimiento y
la vida”. (EO 379).
Si así nos ejercitamos en
la fe en la presencia de Dios, podremos encarnar en nuestra vida la invitación
que recibió Abraham: “Camina en mi presencia y sé perfecto” (Gn. 17,1).
Entendiendo este “ser perfecto” como ser una persona íntegra, un hombre de fe.
Te propongo poner en
práctica esta invitación de nuestro Fundador practicando en estos días la
“oración del corazón”. Durante el
transcurso del día, en algunos momentos, repite lentamente y al compás de la
respiración:
“Señor
Jesucristo, ten piedad de mí”.
Vuelve una y otra vez con
sencillez a esta práctica, enfocando tu mirada interior al Señor. Por momentos podrás sentirte un poco ridículo
repitiendo una frase, pero si dejas que tu corazón la incorpore, podrás
experimentar la gracia de la presencia de Dios, y sus frutos: la paz interior y
la serena alegría.
AT sm
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