domingo, 16 de junio de 2013

“El Dios de misericordia, que tu llamas Dios de mi juventud, te invita y te urge para que vuelvas a Él” (Carta S.1195 ter, 26 Marzo 1840, al Sr. Coustou, Colmar

Las chamifrases de la semana en el Año de la FE

La chamifrase de la semana 71 – Domingo 16 de junio

El Dios de misericordia, que tu llamas Dios de mi juventud, te invita y te urge para que vuelvas a Él”
 (Carta S.1195 ter, 26 Marzo 1840, al Sr. Coustou, Colmar)

El Padre Chaminade responde una carta muy triste y amarga de uno de sus discípulos, en la que le presenta su situación y le manifiesta su convencimiento de la imposibilidad de seguir adelante con su compromiso  y su misión.  No es un tema nuevo en su vida.  El mismo Fundador le refleja sus propios dichos: “Tu dices: “mi inestabilidad  viene de lejos… mi mal era incurable y hoy ya no tengo esperanza!”.  Guillermo José no es ingenuo y sabe que las actitudes y la vida de este hermano ya es razón de rumores y escándalos dentro y fuera de la comunidad. Pero a pesar de la situación límite que está viviendo este hombre, no duda en afirmarle: “No, querido hijo, toda esperanza no está perdida; el mal no es sin remedio y las cosas no están tan adelantadas que no se pueda volver atrás. El matiz profundamente triste y sombrío de su relato, la pesadumbre mortal que confiesa y la exposición que hace de su horrible situación”, no justifican el abandono del camino.

En esta situación hay que dejar también que Dios se haga presente.  Cuantas veces en nuestra propia vida nos pasa algo parecido.  Una y otra vez nuestras heridas profundas nos juegan malas pasadas. Una y otra vez y a pesar del crecimiento humano y espiritual que hemos experimentado en las diversas etapas de la vida, nos sentimos nuevamente tironeados y enmarañados en nuestras compulsiones, miedos y ansiedades. Y podemos creer que no va más y que mejor tirar todo por la borda que seguir adelante.  Fantaseamos con la idea de que haciendo borrón y cuenta nueva todo se soluciona.  Creemos en Dios, hemos evangelizado su imagen en nuestra mente, pero nos olvidamos de su Presencia misericordiosa siempre dispuesta a sanar nuestras heridas y a levantarnos de nuestras caídas. Nos olvidamos del “Dios de mi juventud”, que nos hablaba al corazón, nos apasionaba con su Buena Noticia y nos movilizaba a crecer y caminar. El no deja de invitarnos y de llamarnos, no deja de acercarse a nuestras vidas y de ofrecernos su amor incondicional.

Solo así, después de habernos permitido mirar nuestra propia situación personal con la mirada misericordiosa de Dios, es lícito tomar decisiones y hacer los cambios necesarios.   En estos momentos, qué bueno es contar con alguien que te ayude a enfocar desde la misericordia tu propia vida y te refleje el modo de estar presente del Señor.  Así el Padre Chaminade, no se escandaliza de la situación lamentable del hermano Coustou ni condiciona su afecto hacia él según el final al que pueda arribar esta historia, y por eso de corazón le expresa: “Te lo he dicho y te lo repito, seré hasta el final tu padre y tendré hacia ti todo el cariño”.

Sea cual fuese hoy nuestra situación existencial  y espiritual, sigamos el consejo de nuestro Padre y Fundador,  y dejémonos invitar por el Dios de misericordia y volvamos a Él. Así renovando nuestra experiencia personal del amor  y la misericordia del Señor, no sólo podremos mirar nuestra vida con su mirada, sino también mirar con misericordia la vida de los demás, aunque a sus propios ojos parezca que ya no tiene remedio.

Padre bueno y rico en misericordia,
necesito volver a escuchar tu voz que me llama  y me invita
a volver a confiar en Ti y a dejarme transformar por tu amor.

A veces al experimentar esas cadenas que no terminan de romperse,
que me atan a mis miedos y a mis heridas profundas,
me desanimo y pienso que ya no tengo remedio.

En esos momentos mi mirada se oscurece,
aparece la culpa malsana y la tristeza se hace dueña de mi corazón,
porque siento que ya no tengo fuerzas y no soy digno de tu amor.

Gracias Padre bueno porque de alguna manera te haces presente
para hacerme reaccionar y despertar,
y para hacerme saber que nunca te cansás de esperarme.

Gracias Padre bueno porque desde esta experiencia
a la que una y otra vez necesito volver en cada etapa de mi vida,
no solo aprendo a mirar mi vida desde tu mirada misericordiosa
sino que puedo mirar y acompañar la vida de los demás.

Y así juntos proclamar con el salmista:
“Cantaré eternamente la misericordia del Señor
y anunciaré tu fidelidad por todas las generaciones” (Sal. 88,2).
                                           AT sm

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