domingo, 27 de julio de 2014

“Si renunciamos a los principios, lo perdemos todo” (Carta 735 - 18 abril 1834. Al P. Lalanne).


La chamifrase 125 – Domingo 27 de julio - 
“Si renunciamos a los principios, lo perdemos todo”  (Carta 735 - 18 abril 1834. Al P. Lalanne).

El Padre Chaminade responde al Padre Lalanne acerca de una serie de asuntos administrativos pero que suponen también algunas cuestiones comunitarias y personales.  Con serenidad y con una visión coherente y prudente el Fundador le recuerda que aún cuando podrían justificarse ciertas acciones que aminoren el efecto de algunas situaciones conflictivas, no puede renunciarse a los principios que sostienen nuestra vida y nuestra misión.  Ni siquiera un posible “bienestar individual” es una razón confiable para apartarse de los fundamentos, porque no estamos solos en el mundo, y nos debemos también al tejido de vínculos afectivos y comunitarios que sostienen la trama de nuestra vida.  Por eso no duda en afirmar que “si renunciamos a los principios, lo perdemos todo”.

Guillermo José conoce bien la realidad de nuestra condición humana y la contradicción inherente a ella misma, que tan claramente expresaba San Pablo en los albores del cristianismo: “Y así, no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero” (Rm 7,19). Y conoce también que en los vericuetos del corazón la tendencia a justificar nuestras decisiones y conductas apartadas de los principios evangélicos es también una manifestación habitual.  Él mismo reconoce en su carta que en algunas situaciones decidió y obró apártandose de ciertos principios, aplicando supuestamente “la ley del mal menor” pero que los frutos no fueron los esperados.   Por eso no hay que escandalizarse porque en la vida personal o en la vida de personas cercanas esta dinámica se haga presente.  Lo preocupante es cuando no somos capaces de reconocerla, de aceptar nuestra contradicción humana y nuestras justificaciones que intentan actuar como “barniz santificador” de nuestras acciones.  Y lo dramático es cuando no sólo no se la reconoce sino que se la anuncia y proclama como una noticia positiva y liberadora, y hasta metiendo a Dios en el medio justificando la “felicidad” conseguida.  En estas situaciones no hay lugar para la sanación interior, ni para el prudente discernimiento del camino a recorrer ni para construir “sobre roca” la propia existencia. Por eso el Padre Chaminade, sin una postura recalcitrante ni anticuada, sino sencillamente realista no duda en afirmar que “si renunciamos a los principios, lo perdemos todo”.

Nos encontramos hoy con una sensibilidad exagerada y una susceptibilidad desmedida frente a acciones y situaciones necesitadas en primer lugar de una sana autocrítica y de una aceptación cordial de la crítica constructiva que pueden aportarnos los demás.  Es cierto que en otros contextos, que ya son parte de la historia, los juicios sobre las personas en nombre de los principios religiosos, familiares o sociales destruían muchas existencias.  Todavía hoy corremos el peligro de cierto “puritanismo” en nuestros ambientes.  Pero a veces nos hemos pasado al otro extremo, nada es plausible de una crítica constructiva porque es una ofensa a la persona que “libremente” decide sobre su propio destino.

Aceptar con realismo las contradicciones de nuestra vida y de la vida de los demás no implica un juicio descalificativo a nuestro “ser humano”.  Nombrar “las acciones por su nombre” no implica descartar el respeto y la comprensión hacia la persona que es responsable de las mismas. Aceptar la realidad del pecado y confesarlo como tal, no se contradice con la aceptación misericordiosa de quien tiene la responsabilidad (personal o colectiva) sobre el mismo.  Los fundamentos éticos y morales de la vida personal, comunitaria y social no pueden ser desechados con tanta liviandad, aun cuando haya una búsqueda sincera de la felicidad. Porque desde el inicio esa búsqueda estará viciada en sí misma y será un obstáculo para construir aquello que con tanta vehemencia se desea.

Escuchemos a nuestro Padre y Fundador, vivamos con realismo nuestra vida, aceptando cordialmente la contradicción inherente a nuestra propia naturaleza humana, porque en esa misma realidad de nuestra vida reside la esperanza de desplegar lo mejor que hay en esa misma condición humana, creada “a imagen y semejanza” de su creador.   Si perdemos el rumbo, si justificamos nuestras propias bajezas, dificilmente podremos construir una vida en la confianza y con esperanza.  Solo podremos construir “castillos en el aire”, porque “si renunciamos a los principios, lo perdemos todo”.

Hagamos un momento de silencio, y en la presencia amorosa y misericordiosa de nuestra Dios presentémonos con nuestra propia realidad, con sus luces y con sus sombras, con nuestras infidelidades al proyecto del Reino y con nuestra adhesión profunda a su Persona.  Solos frente a Él, que conoce hasta lo más profundo de nuestro ser, bajemos los muros de las justificaciones y dejemos que su gracia sane nuestro corazón y nos levante despertando la luz auténtica que habita en cada ser humano, y con la fuerza de su Espíritu que es verdad y auténtica libertad, repitamos con humildad y confianza: “si somos fieles a tus principios, lo ganamos todo”.  Amén.

AT sm

 

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